Como dice Henning Mankell, escribo en la tradición literaria más antigua del mundo, la que utiliza el espejo del delito y del crimen para reflejar las gentes, sus males, miedos y miserias.
¿De que hablan las tragedias griegas sino de crímenes?

Además, mis relatos negros se inspiran en noticias reales; no al pie de la letra, pues entonces serían crónicas, sino en factores de la noticia, personajes, situaciones concretas, contradicciones, escenarios, especial ferocidad... Porque estoy convencido de que la realidad es más bestia que la ficción.

13/3/12

Hacia el azul

Ahmed entra en un parque y se tiende sobre un banco. Las diez de la noche. Está desfondado, hundido. Caminando toda la jornada, además de la tensión y el disgusto por la mañana. Un vía crucis para darse de baja de agua, gas... Las oficinas no le atienden porque es tarde. Agotado, ha ido a dormir a casa de un paisano. Un piso-patera al que van inmigrantes pobres y alquilan una estrecha cama por horas. No había sitio. Solo puede dejar las maletas que ha salvado.
De madrugada, abandona el parque. Toma un café con leche y un cruasán que parece de goma en un bar tempranero y de nuevo el calvario por oficinas de servicios. Los suministros están a su nombre y solo faltaría también que lo machacaran por ahí. Baja de gas, luz y agua, pero al llegar la noche no irá al parque, aunque el piso patera continúa sin hueco. Lo aceptan en un albergue de frailes para personas sin techo. Solo por una noche; hay mucha demanda.
Ahmed quedó en paro y con el subsidio no alcanzaba para comer e hipoteca. Quiso llegar a un acuerdo con el banco, pero no hubo tu tía. Dejó de pagar. O moría de hambre.
Esa maldita mañana, se presentó un funcionario judicial con policías blindados y pinta de Robocop. El funcionario iba armado con papeles y tampones; los policías, con porras y bombas de gas lacrimógeno.
¡Manos arriba, esto es un desahucio! gritaban jóvenes indignados que pretendían evitar que expulsen a Ahmed de su hogar. Le permiten llevarse un par de maletas con ropa, algún utensilio y objetos personales. Antes de dejarlo en la puta calle, los maderos corren a palos a los jóvenes y vecinos que se oponen al desalojo.
Ahmed ahora vaga por la ciudad. No tiene nada mejor que hacer hasta ir al dormitorio de los frailes. No tiene nada que hacer. Baja al metro, saca un billete y lo valida en el molinete de control. Baja por la escalera hacia un andén. No hay mucha gente. Llega el metro y se abren las puertas con chirridos. El vagón está casi vacío porque no son horas de movimiento; la gente ahora trabaja. La que puede.
El tren lleva a Ahmed a la Barceloneta. Sube por la escalera mecánica, sale al exterior y camina hacia la playa. Cuando llega a la arena, se acerca hasta donde rompen las olas; unas olas muy modestas. Ahmed mirá hacia el sur. De ahí llegó hace años.
Ahmed entra en el agua y camina con calma hacia el horizonte. El agua está fría, pero no demasiado.
Ahmed se detiene, se gira y mira hacia la Barceloneta, los restaurantes, el puerto, la gente que se mueve presurosa por las aceras...
Se vuelve hacia el mar, sonríe y continúa caminando por el agua. Sin prisa.
Camina, camina, camina... Y, cuando pierde pie, nada suavemente. Hasta que solo se adivina una cabeza muy pequeña en la lejanía. Hasta que desaparece en el azul.

1 comentario:

  1. Un relato que fluye contenido, suave en las formas y terrible en lo que cuenta.

    El azul se traga a Ahmed sin estridencias, se va por donde ha venido.

    Ese azul es como una metáfora de la indiferencia en la que cae su desesperanza.

    TQ

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